Durante años un locutor de radio musical, después de que durante una hora sorprendiera a nuestros oídos, con las nuevas composiciones que habían llegado a sus manos desde diferentes lugares del mundo, acostumbraba a despedirse de los oyentes del programa, con una frase que todavía recuerdo. Posiblemente se me escape alguna palabra, pero más o menos decía: “Buscar la belleza es la única protesta que merece la pena en este mundo.”
Con este mensaje lanzado desde las ondas, pretendía incitar a todas y cada una de las personas que le escuchaban, a que trataran de buscar por sí mismas aquello que les pareciera bello y hermoso, sí, aunque también creo que, bajo el espíritu de esa afirmación, latía otro pensamiento no menos precioso, esto es, la idea de que dicha belleza fuera compartida.
Tal es así que un simple camino de arena, salpicado con restos de lo que es una antigua calzada romana, prácticamente abandonado y que pasa desapercibido a cualquier mirada, puede llevarte a un lugar donde la armonía y la tranquilidad van de la mano, si bien, ambas, dejan hueco a momentos de diversión, alegría y felicidad.
El camino del que escribo y que seguí hasta su final, me propició un encuentro maravilloso. Me tropecé sin esperarlo, con el tesoro ganadero al que en sus orígenes, Don César Bueno, dio vida en las laderas de Sierra Morena, a la ganadería de toros bravos, “El Añadío.” Aquí he disfrutado de contemplar la paridera, asistir a varios herraderos, colaborar en alimentar al ganado, montar a caballo, ver tentaderos, hacer alguna clase práctica de toreo, ver curas de animales y saneamientos; en un entorno natural único, en el que la esmerada delicadeza en el cuidado del toro bravo, se asienta sobre los pilares de la pasión, la sencillez y el romanticismo.
Estar en la finca El Añadío y disfrutar de ella en plenitud, es un privilegio. Tanto es así que hay algo excepcional en ella. De alguna manera te atrapa. Y es que la propia finca tiene un poder de atracción tan grande, que aun estando lejos de sus dominios, te invade el pensamiento. Los recuerdos de lo vivido en ella, llegan a la memoria suavemente. Y no es extraño que de vez en cuando, ésta, evoque una anécdota, un comentario, una imagen, una mirada y que el rostro de quien está abstraído dibuje una sonrisa, mientras que una imaginaria melodía, que nace de las cuerdas de una guitarra, acompaña a esos tiempos inolvidables.
La belleza es variada y su grandeza reside en su vinculación a los sentimientos, al placer y a la emoción que cada uno siente hacia ella. Sólo el corazón es quien finalmente está capacitado para encontrarla, y el mío me dice que, en “El Añadío”, es donde están a flor de piel, más que en ningún otro sitio, todas las emociones que jamás una persona pueda experimentar.
A.M.G.